Continuamos con las entrevistas a personas que tuvieron relación personal con la sierva de Dios. En este caso, Ana Mª Sans, focolarina, que compartió con Luminosa un buen trecho del Santo Viaje de la vida.
Conociste a Luminosa desde su llegada a España. ¿Puedes decir tu impresión al conocerla?
Hablaré sólo de mi relación personal con ella; por lo tanto, las cosas que diré son hechos concretos de la vida de cada día.
En 1971 dejó Argentina y viajó a Roma antes de venir a España. Su avión hizo escala en Madrid y desde el aeropuerto de Barajas llamó por teléfono al focolar y le respondí yo. Venía como responsable a España, pero ella aún no lo sabía. Me habló con una voz llena de afecto, como si me conociera de toda la vida. No
recuerdo lo que dijimos, pero ese primer contacto se me quedó grabado para siempre.
Cuando vino definitivamente a Madrid, conviviendo con ella experimenté siempre una relación cercana, sencilla, de familia. Me hacía sentirme libre y feliz, porque te trataba con gran respeto, sacando lo mejor de ti, siempre con un amor exquisito.
¿Qué características tenía ese amor?
En estos días pensaba que Luminosa merece estar en el primer lugar porque ha sabido ponerse siempre en el último. Era la primera en fregar los platos, la primera que servía concretamente a cada una, sin distinciones. Digo una cosa muy simple, pero que deja ver su personalidad. Nos levantábamos temprano para ir a trabajar; Luminosa era la primera que se levantaba y preparaba el café para todas.
Con su amor concreto construía un clima de familia. Acogía lo que decía una u otra, todo era importante para ella. Y cada una se sentía amada y contagiada a hacer lo mismo entre nosotras y con los demás.
Era muy inteligente, se ponía en el último lugar, pero al mismo tiempo te exigía ser lo que tenías que ser y dar los pasos que tenías que dar. Un amor fuerte, exigente y fraterno que te ayudaba a crecer y madurar.
Era muy detallista, atenta siempre a los cumpleaños con una felicitación o una llamada telefónica. Cuando le llegaba una buena noticia o se enteraba de una dificultad de alguien, se hacía presente con palabras llenas de sabiduría, manifestando un amor personal por cada uno. Por esto enseguida fue aceptada y amada por todos.
Chiara Lubich la definió como reflejo fiel del carisma de la unidad. ¿Cómo era la relación entre ellas?
Para Luminosa lo más importante era la unidad con Chiara, y nos lo transmitía. Muchas veces decía: «No quisiera ser nunca un peso para Chiara», y esto le hacía superar las dificultades y estar siempre “resuelta”. Vivía por lo que Chiara vivía y trataba de poner en práctica enseguida lo que Chiara decía.
Cuando escuchaba a Chiara en los encuentros, apenas acababa la reunión Luminosa le escribía una nota diciéndole lo que habían significado para ella sus palabras, dándole su completa adhesión. Era de una inmediatez extraordinaria. Mantenía con Chiara una relación epistolar frecuente y profunda.
Sí, era un reflejo fiel del carisma de la unidad. Se esforzaba en vivir la espiritualidad de la unidad incluso en las cosas más pequeñas, con una gran seriedad, para hacer bien la voluntad de Dios. Era una persona muy sencilla y no se hacía problemas. Cuando se equivocaba, pedía perdón y volvía a empezar.
¿Qué “herencia” te ha dejado Luminosa? ¿Qué has aprendido de ella?
¡Todo! Lo que nos transmitía no eran palabras, era vida. La “herencia” que Luminosa dejó a las personas del Movimiento de los Focolares es la unidad con Chiara, como he dicho antes, y cómo dio su vida para construir la Obra de María en España.
Cuando nos despedimos la última vez que la vi, me dijo: «Lo más importante que tenemos que hacer en el focolar es vivir el amor recíproco. Te encomiendo el amor recíproco en el focolar y en toda la Obra [de María]». Estas palabras se me quedaron grabadas en el alma para toda la vida, como su testamento personal para mí.
Podría decir que también nos dejó como “herencia” toda su vida: su amor personal y concreto dentro y fuera del Movimiento, su vida siempre proyectada en el hermano, a quien amaba con gran generosidad como amaría a Jesús: «…a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40). No dejaba pasar el día sin restablecer una relación que se hubiera roto por algún motivo.
Desde su marcha al Paraíso siento que Luminosa está siempre a mi lado, ayudándome y ayudándonos a vivir nuestra espiritualidad, a construir con su mismo celo y ardor la Obra de María allí donde estamos.
¿Crees que las personas que la conocieron se acuerdan de ella?
Puedo decir sin miedo a equivocarme que Luminosa ha dejado una estela de luz que sigue presente en la vida de quienes la hemos conocido. Y no sólo la recuerdan quienes forman parte del Movimiento de los Focolares, sino también personas sin una referencia religiosa que tuvieron contacto con ella. De hecho, Luminosa se interesaba con constancia y afecto por las personas que habían conocido el Movimiento y luego se habían alejado, y de forma especial las que no profesaban una fe religiosa.
Cuando murió, participó en su funeral mucha gente que hacía tiempo no tenía contacto con el Movimiento. Una
chica a la que no veíamos desde hacía años, que había ido con su marido, me contó que había llamado por teléfono
a todos los amigos de aquella época para darles la noticia.
Y de pronto dice: «¿Sabes que una de estas personas precisamente en estos días ha recibido una carta de Luminosa?». Y no era la única. Se puso de relieve que estas personas que no participaban en el Movimiento seguían teniendo relación personal con Luminosa.
También participó el hermano de una focolarina, que me dijo: «Yo no creo, pero te aseguro que Luminosa no ha muerto. No puede morir, porque ha sembrado buena semilla y la buena semilla no muere». Me lo decía conmovido y yo constataba que él y todas estas personas habían sido tocadas por Dios a través de su relación con Luminosa.
Se ha dicho que Luminosa era elegante. ¿Dónde pondrías la raíz de esa “elegancia”?
Muchas personas quedaban impresionadas por su armonía en el vestir. La raíz de esa armonía era que lo hacía «por Jesús», para amar a la persona que iba a encontrar.
Por Él se peinaba, se ponía un fular, un collar… Si la persona era joven se vestía lo más juvenil que podía y ponía la misma atención si la persona era adulta. Trataba de peinarse y de vestirse como se peinaría o vestiría María si viviera en esta época, y mostrar así la belleza de Dios.