Testimonio de Nury y Edward
Nury: Mi marido y yo nos casamos en 2016. Antes de ese año habíamos intentado tener un bebé pero tuve cuatro abortos naturales sin justificación clínica. Ese año, aunque nuestro plan era el de casarnos, pasábamos una crisis cada vez más profunda como pareja. Decidimos ir a la iglesia y encontramos un sacerdote, que ahora es nuestro guía espiritual. Nos recibió con una gran sonrisa y, tanto mi esposo como yo, sentimos la necesitad de acercarnos a Dios. Allí empezó nuestro proceso de “sanación interior”. Poco a poco, acercándome al sacramento de la confesión, fui sacando el dolor que tenía almacenado en mi corazón, me sentía indigna del amor de Dios y no podía ni siquiera pedirle que me concediera la dicha de ser madre. ¡No podía!
Me decía a mí misma: los médicos harán su trabajo con el método de la inseminación… Pero sucedió que tuve un embarazo ectópico, con el peligro que conlleva. La médico me dijo «es mala suerte»; tampoco ella entendía qué sucedía en mi organismo. Yo me derrumbé y, ante esa situación, le dije a Dios llorando: “Dios mío, que se haga tu voluntad y no la mía”.
Edward: El retiro espiritual al que yo había participado el año anterior fue para mí el manifestarse de la bendición de Dios. Anteriormente no habíamos encontrado en la parroquia a la que acudimos la ayuda espiritual que necesitábamos. Daré gracias siempre a Dios por esos ejercicios espirituales. A partir de ahí nuestra vida como pareja cambiaría, pero mi mujer notó en seguida un cambio en mí. Durante ese retiro pude compartir el peso que llevaba dentro, ya que esos cuatro abortos que habíamos sufrido, aunque naturales, rompían mi vida en dos por el dolor. Y en esos días, a través del sacramento de la confesión, experimenté el perdón de Dios y su misericordia.
Nury: Eran los primeros días de marzo de 2018 cuando participé también yo a un retiro espiritual en el Centro Mariápolis de Las Matas. Ese sábado, durante la misa de aniversario de Luminosa que se celebró, un bebé llamó mi atención. Tenía una mirada angelical y dije a los abuelos que le tenían en brazos: «Es hermoso». Su abuela me respondió: «Es un milagro de Luminosa”. Mi corazón se aceleró y salí de misa llorando. Pasó casualmente a mi lado el sacerdote que llevaba los ejercicios y le conté lo que acababa de oír. Él pensó que yo estaba triste, pero en realidad yo estaba feliz y lloraba de felicidad por esa familia.
Esa noche, terminando el día, todos los que participábamos en los ejercicios espirituales fuimos juntos a la capilla del Centro, donde descansan los restos mortales de Luminosa. Allí, de rodillas, rezamos la oración escrita en su estampa y le pedimos su mediación para que Edward y yo pudiéramos tener un bebé. Mi fe en la Virgen María era casi inexistente, pero sentí un empuje interior a decir mi “sí” a Dios como Ella por intercesión de Luminosa. Ese día me sentí amada: sentí que Dios se conmovió… Unas semanas después, a finales de marzo, mi prueba de embarazo dió positiva: bastaron 8 meses para que el milagro naciera. Hoy tiene dos años y medio y aún lloro de alegría.