P. Ángel Camino, religioso agustino, que durante el periodo en que Luminosa vivió en España fue responsable de los religiosos jóvenes que compartían el Ideal de los Focolares.
¿Cuándo conoció a Luminosa?
Al poco de llegar ella a Madrid. Yo estudiaba Teología en el Estudio Teológico San Agustín de Los Negrales (Madrid). Tuve oportunidad de participar en un encuentro para religiosos en el que se había anunciado que tendría una ponencia-coloquio la nueva responsable femenina del Movimiento de los Focolares en España.
No la conocía. Cuando entró en la sala, su sonrisa y su saludó delicado a cada uno captaron poderosamente mi
atención. Como si nos conociera de toda la vida.
Esa actitud permaneció mientras vivió, pues se siguió comportando exactamente igual en sucesivos encuentros. Desde un principio tuve la impresión de que era una persona íntegra, entera, alegre, armoniosa incluso en el vestir. Te hacía sentir la presencia de María; no una persona como las demás. Tenía algo distinto.
¿Y qué le impresionó cuando la conoció más de cerca?
De aquellos primeros años destacaría dos elementos esenciales de Luminosa: su radicalidad de vida y la transparencia del carisma de la unidad en ella. Me explico. Yo estaba conociendo una nueva espiritualidad que me había cautivado y pensaba que había que hacer grandes cosas.
Oír a la responsable del Movimiento contarte sus experiencias de la vida cotidiana en su comunidad, que era el focolar, o en los servicios que tenía que ofrecer, me hizo comprender que es posible vivir el Evangelio, que la santidad se construye en el presente con las pequeñas cosas.
Además lo comunicaba con tal belleza de lenguaje que su mensaje penetraba hasta el fondo del alma dejando admiración, alegría y gratitud.
La otra nota es cómo transmitía el carisma de Chiara Lubich. Hoy tenemos todos los escritos de Chiara al alcance de la mano. Luminosa en cambio nos contagiaba el carisma por convicción personal. No eran ni fervorismo ni proselitismo. Era haber entrado en la vida de Chiara con toda su espiritualidad y su carisma y transmitírtelo nítidamente. Aquellos primeros años me marcaron.
¿Qué le quedaba después de los encuentros con ella?
Es imposible no recordar los encuentros con Lumi, incluso después de tantos años. Luminosa te llevaba a Dios con una facilidad inmediata, tanto en los encuentros personales como cuando hablaba a los religiosos, y mucho más cuando hablaba a una gran asamblea como la Mariápolis, la convivencia por antonomasia de los Focolares. Luminosa te ponía en Dios de un modo desenfadado, de una forma muy actual; haciendo muy asequible el discurso e implicándose con su vida. No te cansabas de escucharla. Al contrario, deseabas que se alargase.
Otra sensación era «el encuentro personal con ella».
Te sentías amado y considerado en primera persona. No existían otros. Te preguntaba por lo que habíamos hablado la última vez: ¿Qué tal aquel religioso, y aquel otro? ¿Y los jóvenes religiosos? Tenía interés por conocernos a todos. Con Luminosa descubrí la pasión de vivir por todos y por todas las vocaciones. Me sentía totalmente acogido y lo veía en los demás, fuesen hombres o mujeres, voluntarias o jóvenes comprometidos en el Movimiento, religiosas o sacerdotes, niños o adultos. Esto no es una frase al uso, sino una comprobación de cómo una responsable del Movimiento se comportaba con los demás. Era una alegría ver que Luminosa era una mujer-madre alegre, jubilosa, que acogía a todos.
Dicen que era una excelente comunicadora…
Daba gusto oírla. Le acompañaba la voz, la convicción de sus expresiones, la dulzura, la feminidad propia de la mujer al transmitir el mensaje, que no es sinónimo de debilidad. ¡Todo lo contrario! Poseía un arte de comunicar con tal autenticidad que contagiaba, cautivaba. He participado en muchas Mariápolis y la he oído hablar muchas veces en círculos más o menos amplios. Era impresionante escucharla hablar sobre Jesús Abandonado o sobre María. Con qué convencimiento y radicalidad. No era alguien que se aprendía un tema y lo repetía. No; era algo asimilado, hecho propio, que te hacía más Iglesia y amar más el carisma de la unidad.
Una vez me contó algo que explica esta vida tan auténtica. Decía que para hacer bien la voluntad de Dios, cada mañana escribía lo que debía hacer, pero dejaba un espacio en blanco detrás de la hoja. A la noche apuntaba ahí lo que en realidad Dios le había ido pidiendo. Y lo ponía todo delante para ver cómo había ido el día.
¿Algún episodio que le haya dejado huella?
Esto apunta directamente a mi relación personal con Luminosa. A corazón abierto os comunico algunas huellas.
En aquel entonces no era común que una mujer hablase a religiosos en sus reuniones. Luminosa lo hacía con gran soltura y libertad, y se involucraba. Hoy día es algo totalmente normal, pero en aquel tiempo no. ¡Se adelantó a los tiempos! Luminosa quiso intensamente a los religiosos; se interesaba por nuestro mundo y nuestras actividades. Entre ellas, los campamentos de los GenRe3, es decir, los religiosos seminaristas adolescentes. Pocas personas me preguntaban por el desarrollo de los mismos.
Luminosa quería saberlo con todo detalle y nos animaba poderosamente.
Otra huella: el día que nos contó cuán esencial era para ella Jesús en medio, un punto de la espiritualidad de la unidad. «Esta mañana –dijo–, leyendo la Palabra de vida del mes –“Que todos encuentren su morada en ti, Señor”–, he comprendido que el Dios en quien tenemos que poner
nuestra morada es Jesús en medio. Es la atmósfera, el clima en el que tenemos que vivir para luego darnos a los demás». Siempre hacía eso. Era como el pelícano, que alimenta a sus crías con su propia sangre. Lo dijo con tal convencimiento que jamás lo olvidaré: ¡El Dios que mora en nosotros es Jesús en medio!
Otro momento que me acompañará hasta el día que Dios me llame es cuando fuimos a visitarla unos meses antes de fallecer. Estuvimos poco tiempo en su habitación.
Nos preguntó por todos y por todo, y le respondimos.
Cuando ya terminábamos, le hice una pregunta: «¿Cómo estás?». Su respuesta es todo un viático que conservo en lo
más hondo del corazón: «Ángel, muy bien. Chiara me ha invitado a vivir el momento presente y he descubierto que
es una verdad como una catedral de grande. Esto me hace feliz». No puedo prescindir de este testamento que me dejó a mí personalmente. Mi “titular” el día de su canonización será: «El momento presente, una verdad como una catedral de grande».
La última huella fue el día que me enteré de su fallecimiento. Ese día sentí que Luminosa era santa. Dejé pasar unos días y luego me acerqué al focolar pidiendo si, por favor, podían regalarme un objeto personal de Luminosa.
Me regalaron su llavero de cuero, en el que llevaba las llaves con que abría la puerta del focolar todos los días. Lo tengo en mi “caja fuerte”, como algo “intocable”, “sagrado”, porque lo ha llevado una santa. Su fama de santidad se extendió de un modo singular, una unanimidad más que evidente.
Como responsable del Movimiento, cuidaba de la preparación de las Mariápolis; también de los aspectos estrictamente espirituales. ¿Recuerda algún detalle al respecto?
¡Cómo no recordar su interés por nuestra labor como confesores! Le interesaba que la gente se encontrase realmente con Dios. Nos recomendaba que preparásemos bien el sacramento, y cuando venía a saber que había habido verdaderas conversiones, experimentaba y comunicaba una profunda alegría.
No solo a nivel personal, sino que también tendrá experiencias como religioso del Movimiento de los Focolares…
Ya lo he dicho. Luminosa quería especialmente a los religiosos, en un tiempo en que era muy evidente la separación entre las ramas masculina y femenina de las congregaciones. En este sentido se adelantó a los tiempos.
Siempre que podía, acudía a nuestros encuentros y pasaba la tarde o la mañana con nosotros; se quedaba a comer o a cenar. Varias veces participó en nuestras recreaciones y se reía muchísimo. En alguna ocasión pidió que repitiéramos algún número que le había hecho mucha gracia. Luminosa tenía una visión grande de la Iglesia Universal, que atraía y “seducía”, implicando a los religiosos vinculados a la Obra de María. Un religioso me recordó que la experiencia con Lumi había sido personal y colectiva, porque cada religioso y todos en conjunto nos hemos sentido mirados y seguidos por ella con predilección.
Aunque han pasado los años, seguimos teniendo un recuerdo imborrable de ella, con su mechón de pelo blanco, como si nos apuntara “al blanco” del Evangelio, la síntesis del mismo: «Amaos unos a otros como yo os he amado». Los religiosos tenemos la neta sensación de que Luminosa ha sido una de las personas que más han influido en el desarrollo de la rama de los religiosos en sus primeros años en España, por su modo de transmitirnos el carisma de la unidad con una gran fidelidad, fraternidad y amistad. Le estaremos eternamente agradecidos..