A principios de 1971 Luminosa llegó a España para compartir la responsabilidad del Movimiento de los Focolares con Carlos Clariá, también argentino. Aquel año se profundizaba en el Movimiento un aspecto clave de la Espiritualidad de la Unidad: Jesús crucificado y abandonado.
Ya entonces, Gaspar Bruguera, barcelonés, vivía en el focolar y tuvo ocasión de trabajar codo a codo con Luminosa. Como testigo privilegiado de la vida de Luminosa en aquellos inicios, hemos querido dirigirle algunas preguntas para conocer de primera mano, cómo Luminosa encarnaba el Ideal de la Unidad.

El Movimiento de los Focolares llevaba entonces en España algo más de diez años. ¿Cómo describirías la vida de Luminosa y su irradiación en aquel momento?
El Movimiento en España conocía una etapa de expansión y maduración. Surgieron nuevas comunidades por toda la geografía española y se abrieron nuevos focolares en Sevilla y Bilbao, un desarrollo en el que la aportación de Luminosa fue determinante. Siempre que podía, participaba personalmente en los numerosos encuentros generales o locales que se promovían para jóvenes, familias, religiosos o sacerdotes. Somos miles las personas que en España participamos en aquellos años en las Mariápolis de verano, en las que las intervenciones de Luminosa eran muy esperadas por todos.
Y todo esto Luminosa lo hacía sin asomo de protagonismo. En aquellos años siempre encontré en ella a una persona transparente, que no pensaba en sí misma, libre de formas y de esquemas, alegre, inocente… Personas del Movimiento o no se sentían atraídas por la luz y la paz que emanaba de su persona; sorprendía incluso la sencillez y la armonía en su modo de vestir.
Al mismo tiempo, Lumi era una persona muy normal. Lo mismo la veía pronunciando un discurso a centenares o miles de personas manteniendo pendiente a la sala que perdida en la cadena humana trasladando sillas a un camión. Para ella no había cosas más importantes que otras, porque lo único importante era amar a Dios haciendo su voluntad.

Muchos de los que conocisteis a Luminosa habláis de ese modo tan suyo de relacionarse con los demás. ¿Cuál era la clave?
Creo que su modo de amar al prójimo tuvo un carácter excepcional, dado por el esfuerzo constante de amar a todos habitualmente, de amar a cada uno sin acepción de personas y sin mostrar el peso que a veces puede comportar el amor al prójimo.
Luminosa poseía una firme certeza de la presencia de Dios en cada persona que encontraba, así como también descubría esta presencia en las situaciones dolorosas y pruebas de la vida. Trabajar en tejer infatigablemente relaciones personales, incluso las más complicadas, era su modo de construir el Reino de Dios. Y lo hacía sostenida por la esperanza cristiana que le hacía ver cada relación de caridad construida como algo destinado a la eternidad.


Contrariedades, dificultades e incomprensiones no faltan nunca en la vida. También Luminosa las encontró y de muy diversas formas. ¿Cómo las vivía?
Luminosa fue una mujer interiormente fuerte. Había circunstancias que la hacían sufrir de modo especial, sobre todo cuando se rompía la unidad. Cuando había distintas opiniones sobre algo y no se lograba llegar a una síntesis común debido a esa falta de sintonía que a veces se origina por el apego a las ideas propias o por no querer aceptar las de los demás, sentía que eso acabaría diluyendo el ideal de la unidad por el que ella estaba dando la vida. Aun así, los más cercanos difícilmente podíamos percibir su tristeza. Siempre vi su esfuerzo por superar estas situaciones amando a Jesús crucificado y abandonado. Nunca perdía el control de sí misma pese a ser de naturaleza expansiva y extrovertida.

Amor a Jesús crucificado y abandonado. En algún momento has comentado que la radicalidad de la vida de Luminosa se apoyaba en este pilar de la Espiritualidad de la Unidad y que eso se comprobó en los últimos tiempos de su vida, tiempos de prueba, en los cuales se hizo más evidente la riqueza interior de su personalidad. ¿Nos puedes decir algo de este amor suyo exclusivo a Él?
A veces se habla de Jesús Abandonado poniendo el acento solo en «amar el dolor» que Él experimentó al sentirse «abandonado por el Padre», sin evidenciar al mismo tiempo que aquel determinado dolor que experimentamos «es Él». Sí, hay que ofrecérselo a Él, pero sobre todo acogerle a Él en ese dolor olvidándonos de nosotros mismos y reviviendo a María, que al pie de la cruz «acoge» al Hijo en el total olvido de sí misma.
Guardando las debidas proporciones, creo que esta fue la grandeza de Luminosa: «ser nada por Amor». Y el Amor regala al alma infinitos matices… No solo amó a Jesús Abandonado, ella vivió como esposa fiel de Jesús Abandonado durante toda su vida, hasta el último respiro.
En su relación con Él era radical. Se percibía en ella su «matrimonio» con Jesús Abandonado, que es mucho más que amarlo, pero al mismo tiempo era una fidelidad que se había hecho casi natural. Yo no creo que se pueda separar este amor a Jesús crucificado y abandonado de su unidad con Chiara Lubich. Esta unidad fortísima que ella mantenía con la
fundadora del Movimiento de los Focolares hacía que no se corriese el riesgo de desvirtuar en ningún sentido esa relación esponsalicia de la que antes hablaba y que, en el fondo, era la raíz de aquella vida tan extraordinariamente normal, tan sobrenaturalmente sencilla que tantos frutos dio y sigue dando.
Tuve la ocasión de visitar a Luminosa pocos meses antes de que partiese para el Cielo. Fueron solo unos minutos, unos minutos sagrados. Ella respiraba conectada al oxígeno y con evidente dificultad. En un determinado momento me preguntó: «¿Qué tal está tu madre?», a la que conocía. A mí me impresionó que, aun estando en una situación límite, se olvidara de sí para tener ese recuerdo por mi madre.

Luminosa se caracterizaba por su transparencia y su libertad. Ello la hacía particularmente atractiva para los jóvenes. Sabemos que has mantenido contacto frecuente con muchos de los jóvenes de aquella época. ¿Crees que Luminosa dejó una huella en ellos?
Sí, sin lugar a dudas. Luminosa, y también Carlos Clariá, dejaron en ellos una huella muy profunda, una luz que los ha seguido iluminando durante cuarenta años o más, y que en esta nueva etapa, en la que muchos de ellos se han reencontrado, rebosa y rebosará en beneficio de muchos, gracias a la presencia tangible de Jesús en medio de ellos.