En diálogo con Nunziatina Cilento

Recogemos el testimonio de Nunziatina Cilento, italiana, compañera de Luminosa en algunos periodos de su vida y testigo del momento final de su existencia. A ella, de hecho, le confió su testamento espiritual. Nunzia, como Luminosa la llamaba con afecto, (en el focolar desde 1955) abrió el de Barcelona (1959) donde estuvo 5 años. Es conocida por sus más de 4 décadas como responsable del Centro Mariápolis internacional en Castelgandolfo (Roma).


Tus primeros recuerdos de Luminosa…
La conocí al principio de los sesenta, cuando vino a la escuela de formación de focolarinas, cerca de Roma, donde yo colaboraba en los aspectos organizativos. Más tarde, y por años, coincidimos en los ejercicios espirituales y reuniones anuales de los responsables del Movimiento.

¿Una nota que caracterice vuestra relación?
Sentí a Luminosa siempre (y así es hoy, aunque hayan pasado muchos años) como una verdadera hermana. Establecimos enseguida una relación franca profunda. Me impactaba su adhesión inmediata a cuanto Chiara nos proponía para encarnar la espiritualidad de la unidad. Y también cómo acogía las intervenciones de don Foresi y Giordani, co-fundadores de nuestra Obra. Nuestra profunda amistad espiritual continuó hasta su muerte.

¿Luminosa afrontó particulares dificultades en su vida focolarina?
Creo que sí. Por ejemplo en uno de los focolares donde vivió había dificultades y serias. Supe de esto no por Luminosa. Ella, sin embargo, siguió, con dolor y esfuerzo, “viviendo la unidad», amando a la focolarina que parecía fuera de los cánones de la vida comunitaria. Nunca me dijo una palabra de queja, pero yo relaciono esta experiencia con la confidencia que me hizo poco antes de morir.

¿Cómo reaccionó ante el agravarse de su enfermedad?
Acostumbraba a «poner en el Corazón de Maria» preocupaciones y dificultades. Por eso, nunca la vi perder la esperanza. No la perdió ni siquiera cuando Chiara le anunció el carácter mortal de su enfermedad y le propuso hacer como s. Luis Gonzaga (quien, a la pregunta sobre lo que haría si tuviese que morir de allí a poco, respondió: seguiría jugando), Luminosa le respondió de inmediato: «¡Sigamos jugando, Chiara!».

Ayúdanos a revivir su último tiempo…
Desde el Centro Mariápolis echábamos una mano para procurarle medicinas, oxígeno y otras cosas urgentes. Acogíamos a los familiares que venían a despedirla desde Argentina y conocí muy bien a sus dos hermanos, especialmente a Luis. Pude participar muy de cerca cuando su enfermedad se agravó.
La acompañé al hospital y estuve con ella en sus últimas horas. Cuando las máquinas que la mantenían con vida habían sido desconectadas y le habían desenganchado el oxígeno, pero su corazón aún latía, Luminosa me indicó que me acercara: «Nunzia ¡adelante!, ¡ahora os toca a vosotros ir adelante en la unidad!».
Quería hacerme entender que no podemos detenernos ante ninguna dificultad, que debemos ser «rectos» en vivir la unidad, nuestro ideal, como Chiara nos muestra. Sentí que era su legado, que me comunicaba lo más importante de su relación con Dios. De hecho, me encargué de decírselo a Chiara y a los demás focolarinos. Ese testamento suyo dio la vuelta al mundo inmediatamente, como lema de vida para todos los miembros de la Obra. Era el 7 de marzo de 1985.

Luminosa tenía un solo gran amor…
Sí. Me gustaría añadir un detalle: al final, cuando tenía dificultades para hablar, lo hacían sus ojos, esos ojos luminosos que impresionaban a cualquiera que la visitara.
En mi opinión, Luminosa pudo vivir en este grado heroico porque su modelo era Jesús que grita en la cruz «Dios mío ¿por qué me has abandonado?». Se había desposado con él, y pudo vivir como auténtica focolarina porque tenía siempre delante esa medida de Jesús.