Joxepi Zubillaga, focolarina del País Vasco que conoció a Luminosa cuando llegó a España y vivió con ella sus primeros pasos en la vida de focolar.

¿Cuándo conociste a Luminosa? ¿Cuál fue tu primera impresión?
Yo tenía 21 años cuando Luminosa llegó a España. Vivía ya la espiritualidad de la unidad con los jóvenes del movimiento de los Focolares. Mi familia vivía en un típico caserío vasco. Luminosa, sin embargo, pertenecía a una familia de condición alta, y esto se le notaba en su trato, sus gestos. Tenía un carácter muy alegre y era extrovertida. Había estudiado Historia en la universidad y cuando vino a España enseguida compró libros de cada región de España para conocer el pasado, las raíces, y así poder conocer a las personas.
Esto para mí, nacida en un ambiente rural sencillo y de profunda tradición vasca, fue ya una impresión muy positiva. Me di cuenta de que su capacidad de amar a cada uno y hacerse uno con cada situación le permitía entenderme desde dentro. Esta misma capacidad explicaba su actitud respecto a la sociedad vasca del aquel momento. Luminosa entraba en los ambientes con una gran delicadeza, escuchaba con un gran respeto, no tenía una respuesta preparada ni juzgaba por principio; valoraba todo lo positivo que encontraba.

Cuando se tiene la edad que entonces tú tenías, es normal preguntarse sobre el futuro. ¿Qué papel tuvo Luminosa en el descubrimiento de tu vocación?
Luminosa siempre estuvo a mi lado en el momento de las decisiones importantes. También en el discernimiento de aquello que Dios quería para mí.
Era tal la confianza y la sinceridad de la relación entre nosotras, que ella sabía todo lo que yo pensaba y lo que tenía dentro. Era tan grande su caridad, su amor, que te hacía ser como ella, es decir, te llevaba a su misma realidad, que al fin y al cabo no era otra que lo que vivía en unidad con Chiara Lubich. Y recuerdo que yo me sentía atraída a vivir de aquella forma, con radicalidad, la misma aventura que Chiara. Aunque Luminosa percibía esta llamada de Dios en mí, nunca me lo dijo de forma explícita, hasta que un día me pregunto: ¿Qué piensas hacer en la vida? Mi respuesta fue
un poco superficial y le respondí: No lo sé. Ella me miró fijamente y me dijo: Yo sí. Y enseguida percibí que había leído lo que sentía en el fondo del alma. Respetó mi libertad y mi escucha a la voz de Dios. Y desde aquel momento empezó una nueva aventura y pronto comprendí que la llamada de Dios para mí era la de seguir a Dios en el focolar y contribuir con mi vida y con mi disponibilidad a realizar el testamento de Jesús «Que todos sean Uno», la Unidad.

Tus primeros años en focolar los viviste muy cerca de Luminosa…
Sí, tras un periodo en Loppiano (Florencia), volví a España y en aquel momento se abrió el focolar de Bilbao, donde yo fui. La experiencia con Lumi podría expresarse de esta forma: ella siempre «estimulaba» a vivir el ideal de la unidad, y ante cada situación (recuerdo algún momento en el que me sentía incapaz o limitada para asumir una responsabilidad o afrontar algo difícil), ella antes de decirte nada, te ponía en tu «deber ser», de manera que yo sentía que debía dar todo de mí en vez de mirarme a mí misma, y además que podía vivir con responsabilidad y coherencia cualquier cosa que se me pidiera.
Me decía siempre que me acordase de que había escrito a Chiara que yo estaba dispuesta a todo, a dar
todo….

Antes comentabas su capacidad de «hacerse uno» con todos. La unidad es la palabra síntesis del carisma de Chiara Lubich, que ella vivía. ¿Nos puedes decir algo sobre ello?
Podría contar tantos detalles… Luminosa fue corresponsable del Movimiento de los Focolares en España. En el desempeño del cargo tuvo un talante excepcional, a pesar de los contrastes de temperamento y carácter propios de su país, que con su humildad consiguió superar. Alguna vez le decíamos que ciertas costumbres o expresiones aquí no se usaban y ella agradecía la corrección. La última vez que la vi fue en diciembre de 1984. Estaba en la cama con oxígeno, pero se quitó la mascarilla para darnos un abrazo. Le pedí que nos dijera algo y nos dijo: Sed fieles.
Esta frase parecía un anticipo de sus últimas palabras: Os paso a vosotros el testigo para que continuéis, en clara referencia a vivir por y para la unidad.
Recuerdo que, por ejemplo, ante determinadas circunstancias de incomprensión o diferentes modos de ver y actuar, e incluso en algunos momentos viendo a mi alrededor a «enemigos», Luminosa me orientaba siempre a poner en práctica las palabras del Evangelio, sobre todo las que se referían a la unidad. Para ella, la fuente, el instrumento que Dios había usado para revelar este carisma era la persona de Chiara Lubich, y por ello sobre todo la primera unidad era con la fuente, que nos hacía ver que todos son candidatos a la unidad, todos, sin excluir a ninguno. Y esto para mí ha significado no mirar a las personas y las situaciones a mi manera, sino desde esta perspectiva, con la mirada fija en Jesús Crucificado y Abandonado, que había pagado con su vida por todos y cada uno. Por lo tanto, descubrí que yo no tenía derecho a negarle a nadie ese Amor, porque ya había sido pagado por el Abandono de Jesús y desde allí era el camino a seguir y el medio para vivir por y para la unidad.

Son muchos los que al referirse a Luminosa hablan de «santidad». ¿Dónde crees que se apoyaba esa vida tan sencilla y al mismo tiempo tan extraordinaria que Luminosa supo contagiar a su entorno?
En 1980 Chiara habló sobre María Gabriela de la Trapa, que se hizo santa en poco tiempo. Para Luminosa supuso un cambio radical y decisivo que marcó el inicio de una carrera hacia la santidad. Se le notó en que lo que intuía en la oración, lo ponía en práctica durante el día; en pequeñas mortificaciones diarias, en el modo de hablar, de callar y en que empezó a comunicar lo que vivía cada día. Escribía y mandaba circulares a todos ofreciendo su experiencia y animando a seguirla en ese santo viaje, contando incluso los días que habían transcurrido en esa tensión a la santidad.
La expresión «hacernos santos juntos» se convirtió en un leitmotiv que transmitió a la comunidad del Movimiento de modo extraordinario. Para ella la Eucaristía tenía un papel central. Por encima de todo estaba el amor a Dios e hizo de todo para manifestar ese amor. Para ella era fundamental comunicar el amor de Dios a los demás, sea quien fuese, e involucrarlo en esa tensión a la santidad.