Antonio Santos y Pilar Orduna, matrimonio que vivía en su mismo rellano.

R: Tuvisteis una vecina de casa un poco sorprendente…
¿Qué rasgos de Luminosa podéis señalar en el trato con los demás vecinos?
Pilar: Nos pides algo arduo, no por nosotros, sino por la dificultad de expresar aquello que era Luminosa como persona, alma, vida. «Una espiritualidad compartida de ventana a ventana». Era así de sencillo y a la vez profundo, ya que nuestras casas tenían un patio común que correspondía a las cocinas y algunas veces coincidíamos tendiendo la ropa: «Buen día, Pilar». «Buenos días, Lumi». «Seguimos adelante juntas con la presencia de Jesús entre nosotras». «Sí, Lumi, sí». Y así, por un tiempo, mi vida diaria quedaba marcada con una actitud más sobrenatural que humana.
Nosotros habíamos conocido el Movimiento de los Focolares en 1969, y cuando en 1971, Luminosa llegó a España, se trasladó a vivir al piso de enfrente al nuestro. Ella vivía en el 3º C, mi suegra en el 3º B, y nosotros en el 3º A.
La relación de Luminosa con los vecinos fue como ese pequeño rayo de luz que comienza a entrar y empieza a iluminar cautelosamente hasta que ilumina todo con pequeñas manifestaciones concretas y delicadas. Por ejemplo: a todos los señores que vivían en nuestro edificio, el portero les trataba de «don» (don Miguel, don Valentín, don Antonio…), y a él, siempre se le conocía por el señor Pepe; y Luminosa, que tenía un gran respeto por cada persona, no entendía esa diferencia y lo llamaba don Pepe.

Antonio: Realmente, toda nuestra familia ha tenido el privilegio y la bendición de conocer y vivir cerca de Luminosa. Es cierto que ya conocíamos el Movimiento de los Focolares, pero Luminosa nos mostraba cómo vivía ella día a día y cómo podíamos vivir con ella la espiritualidad de la unidad. Por eso, responder a preguntas sobre su vida representa algo más que rememorar episodios del pasado o recordar momentos vividos con ella o de nostalgia, sino que ahora esos recuerdos vuelven a dejar paz dentro del alma, plenitud, alegría, todo aquello que Luminosa creaba en su relación con los demás y que continúa siendo igual para todos. Para ella, no había «ni hombre, ni mujer».
En cuanto a la relación de Luminosa con la comunidad de vecinos, me viene a la memoria la relación con el propietario que le alquilaba el piso. Fue algo que siempre me sorprendió. El propietario era el padre de Pilar, mi esposa; un hombre bueno, muy recto, entrañable, que se expresaba poco a la primera. Había que conocerle. Cuando se le presentaba algo, veía de dónde venía, le daba el visto bueno y lo aceptaba para siempre. Por eso, cuando le propusimos alquilar el piso y le dijimos a quién, le pareció bien y no preguntó ni cuánto sería el alquiler. Transcurrido un año, Luminosa nos dijo que la vida había subido y que el alquiler para el nuevo año habría que subirlo.
Cuando mi madre, que en un principio no estaba muy contenta de nuestra completa dedicación al Movimiento de los Focolares, conoció a Luminosa y fue detectando su delicadeza en el trato y sus manifestaciones de amor concreto, quedó conquistada por ella, tanto que después de un tiempo ya no veía nada más que por sus ojos y siempre le tenía preparado algún dulce.
Luminosa era muy simpática y con su gracia “porteña” argentina, siempre tenía una palabra agradable para cada uno y así, en cada encuentro con ella en el portal de la casa o subiendo en el ascensor, aunque eran pocos minutos, contagiaba su alegría.
Para nuestros tres hijos fue fundamental por su presencia y por sus atenciones en momentos oportunos: por su papel de Rey Mago un año que nosotros no estábamos en casa, un regalo, interesarse por sus estudios, por sus juegos.

R: ¿Cuál fue el don más grande que la sierva de Dios os dejó a través de la relación que hubo entre vosotros y ella?
Pilar: Tantos dones. Luminosa me ha dejado la comprensión de lo que es la humildad verdadera. Ella decía: «Estoy llena de límites, de mis miserias, pero yo no puedo pararme a mirarme a mí misma, tengo que contemplar el Sol». Tenía una gran personalidad, era expresiva, llena de vida, con una inteligencia que captaba profundamente las situaciones, los problemas de las personas, de las familias, etc., y por su responsabilidad en la Obra de María tenía que estar siempre en cabeza, delante de todos, y sin embargo, de todo esto lo que venía siempre en luz era su humildad, la humildad de una persona que no se miró a sí misma, que sólo estaba en Dios y amando al prójimo.
También el amor a la Eucaristía en esos momentos de silencio y de contemplación ante el sagrario. Recuerdo una vez en una pequeña iglesia, una homilía un poco desacertada que produjo incomodidad y movimiento entre los asistentes. Ante esa situación, miré a Luminosa como buscando un punto de referencia y ella estaba fija en el sagrario.
Antonio: Luminosa nos dejó “cosas” con mayúscula.
Primero de todo, el Ideal vivido. Es decir, la practica de vivir el ideal de la unidad y por «que todos sean uno». Después, una vocación, es decir, un deber ser, vivido para la Iglesia y para la humanidad.
El amor por la familia sobresalía como fruto de su virginidad. Para ella la familia era sagrada. Ella creaba la familia y para nada la “familiaridad”. A nuestra casa, que éramos sus vecinos, que vivíamos en el piso de enfrente y en la misma planta, nos llamaba por teléfono para preguntar si podía pasar a vernos.

R: Muchas personas que la conocieron hablan de la fe de Luminosa. ¿Tuvisteis ocasión de constatar esta virtud en la sierva de Dios? ¿Cómo la vivía? ¿Recordáis alguna anécdota?
Pilar: Tenía una fe inmensa, que creo que por su natural y cotidiana respuesta a Dios fue creciendo día a día hasta su paso final. Yo, que me he criado sin madre, tengo la impresión de que Luminosa, al quedarse sin madre también y pedir «Oye, María, yo no puedo quedarme sin madre, así que tienes que ser tú quien ocupe su lugar», María la acogió y la acompañó siempre en su camino y la ayudó a ser radical, de tal manera que en ella la fe se hacía natural por su amor a Jesús crucificado y abandonado…
Una vez teníamos que viajar en avión, pero no había plazas. Sin embargo, Luminosa, conocedora de la importancia del viaje, seguía esperando y creyendo que podríamos marchar. En el último momento llegó un avión que no estaba previsto, con lo cual pudimos salir. Dijo ella: «hay que tener fe». Nos sonó como un pequeño reproche.
Su gran fe en Dios le daba también una gran fe en las personas, en Jesús presente en ellas, y cuando se encontraba con alguien, le trasmitía enseguida alguna noticia o lo que había meditado ese día o alguna experiencia.
Otra virtud de Luminosa, habitual en ella, era pedir la opinión a los demás.
Teníamos programado un viaje a Roma al Family-Fest (Festival de la Familia) del 81, y había que alquilar autocares para seiscientas personas. En aquellos días, la prensa estaba haciendo una campaña para recoger ayudas a favor de Colombia, donde se había producido la erupción del volcán Nevado del Ruiz, un gran desastre natural. El alquiler de los autocares suponía un gran gasto y Luminosa, sensible a los problemas sociales, se cuestionó si no habría que dedicar ese dinero a dicha ayuda. Lo consultó con todos nosotros y comprendiendo que este encuentro podría cambiar el corazón de muchos a favor de los demás, vio que era positivo hacer el gasto para el viaje.
Su fe en la Providencia de Dios era grande y contagiosa. De la misma manera que le pedía ayuda a Dios para cubrir un gasto, distribuía rápidamente a los demás las cosas que le llegaban. Recuerdo que un día le regalaron una preciosa chaqueta de punto de lana de angora de color violeta y tenía sobre la mesa el paquete recién abierto. En esa ocasión, la madre de una de las focolarinas estaba de visita en el focolar y para echar una mano, quiso regar las macetas.
Al salir al balcón comentó que tenía algo de frío y Luminosa, sin pensarlo dos veces, dice: «Toma, ponte esta chaqueta. Te la regalo». Yo, que estaba presente, reaccioné diciendo: «¡No, no, Lumi! Tú eres alta y te queda muy bien; a ella, que es más baja, no le queda tan bien». Luminosa me escuchó, pero yo sé que la chaqueta la regaló.

R: El natural optimismo de Luminosa ayudó sin duda a que en ella la virtud de la esperanza no fuese algo secundario.
¿Nos podéis decir algo sobre esto?
Pilar: Su espíritu, su alegría siempre la hicieron ser una mujer de esperanza. Cuando comprendía que tenía que hacer algo, que era voluntad de Dios, no se perdía en complicaciones y aunque escuchaba siempre sugerencias, nunca perdía la esperanza de alcanzar el objetivo, tanto si éste era alguna gracia espiritual, una conversión, una cura, como cualquier otro objetivo, especialmente si estaba relacionado con el Movimiento.
Antonio: Un día estando en misa, Luminosa se me acercó y me dijo: «Pide por lo que yo pido», y así lo hice. Cuando salimos, me dijo que había conocido a un médico de la Organización Mundial de la Salud que estaba centrado en los trabajos sobre los métodos de regulación de la natalidad, concretamente en el Método Billings. Ella pensó en lo positivo de este método y el provecho que podría tener para muchos matrimonios, especialmente del Movimiento Familias Nuevas de la Obra de María.
Luminosa comenzó los trámites, las presentaciones, siempre animándonos y diciéndonos que nunca se podía perder la esperanza de que se pudiese llevar a cabo este proyecto, y así fue. Al poco tiempo se iniciaron las reuniones de un pequeño grupo de matrimonios con dicho doctor, que dio lugar a la formación de las primeras monitoras.

R: ¿Cómo era su vida de unión con Dios en lo cotidiano?
Pilar: Como ya hemos dicho, su vida de unión con Dios era la raíz de su hacer, de su alegría, su trabajo, su amor por todos, de su sentirse “nada”, de darlo todo.
Esto era ciertamente una consecuencia de la vida que Chiara Lubich le enseñó y que Luminosa siguió siempre fielmente. Esta fidelidad custodia tantos momentos, pruebas, sufrimientos, gozos, que vivió en su soledad con Dios, en el silencio, y que no conocemos.
Esta vida de unión con Dios se manifestaba en la normalidad de su vida cotidiana. Antes yo comentaba que cuando se encontraba con alguien conocido, enseguida le ponía al corriente de las cosas de su vida espiritual. Era característico en ella, cuando le parecía que no había amado suficientemente al otro, que le había tratado con prisa y no había ido a fondo, llamarle enseguida por teléfono o escribirle una notita o una pequeña carta para pedirle disculpas.
Ella iba a Dios también a través del hermano.
En una Jornada del Movimiento que se realizó en Madrid, Luminosa desde el escenario habló de Dios Amor a centenares de personas. Ella con su presencia elegante, actitud humilde y esa fuerza que le venía del Espíritu Santo, pues Luminosa era una persona frágil y tímida, fue alimento espiritual para muchas almas que la escucharon y que se sintieron atraídas a hacer también ellos esta experiencia de vida. Cuando llegó a casa, quise enseguida pasar por el focolar para darle las gracias y comentarle que para todos había sido precioso. Al pasar, la encontré abrigada con una bata, agotada, sentada toda encogida en una pequeña silla en la cocina, y me acordé del pelícano, que da de comer de su propia carne a sus hijos.

R: Más de una vez se ha dicho que la sierva de Dios tenía un modo particular suyo de actuar. Y muchos piensan que era su forma de amar. ¿Qué nos diríais a este respecto?
Pilar: Su forma de actuar era el resultado de su forma de amar, porque su amor a Dios la hacía libre y se expresaba amando como ella era.
Hay dos comentarios suyos que creo que lo centran:
«Pienso que si Dios me quisiera diferente… Él es omnipotente, ¿no? Si me ha hecho así, quiere decir que tiene necesidad de que sea así».
«No hay que imitar a nadie. Dios te ha pensado, te ha creado y te ha mirado a ti como algo único».
Termina aquí nuestra primera entrevista. Luminosa sigue viva entre nosotros y nos sigue invitando a jugar su mismo juego: seguir amando.