A los 14 años conocí el Movimiento de los Focolares y me impliqué en la vida y actividades de los jóvenes, hasta que empecé la Universidad. En el 2º año de carrera una crisis me llevó a recorrer otros caminos y experiencias. En el ultimo año de carrera, en febrero del’85, mi madre sufrió un cáncer muy grave. Pensábamos que era el final de su vida.
Durante esos tres años de ausencia mantuve con Luminosa una relación -digamos- por correspondencia. Eran cartas esporádicas que ella me escribía y a las que yo una tras otra respondía. Mientras tanto supe que enfermó. Cuando murió fue un golpe duro, no me lo esperaba en absoluto, y me vino espontáneo pedirle que intercediese por mi madre y que la cuidase. Era marzo de 1985.
Ese verano hubo un Genfest, manifestación de los jóvenes de los Focolares de varias partes del mundo, y alguien me invitó a participar. Después de muchas negativas, a otras invitaciones que me habían llegado en los años anteriores, en esa ocasión sentí que Dios me pedía reanudar mi relación con Él, profundizando la vida con los jóvenes de los Focolares. Fue un empujón que, estoy totalmente convencida, me dio Luminosa.
Desde entonces mi relación con ella es muy especial. Pasaron muchas cosas, la vida -mi vida- dio muchas vueltas, hasta que aterricé a vivir en el focolar de la ciudadela “Castillo Exterior”, cerca de Madrid, y me encontré habitando en el piso ubicado precisamente encima de la capilla donde descansa Luminosa. Un regalo grande.
Y añado algo importante: mi madre después de una larga trayectoria con la quimio, superó la enfermedad. Sigue viva y tiene 91 años. También esto -estoy segura- tiene que ver con Luminosa.
Cheli, Vitoria