Corría el año 1970. En Córdoba a través de algunos de mis hermanos había conocido el Ideal de Chiara Lubich. Me había impactado y por esto y por conocer más a fondo qué habían encontrado mis hermanos que los hizo consagrar su vida, decidí -junto a recordadas y queridas focolarinas que estaban en Córdoba- aceptar la invitación que me hicieron de hacer una experiencia comunitaria en Buenos Aires. Fue así que en Blanco Encalada me encontré con este ser único, luminoso, extraordinario, permanentemente recordado: LUMINOSA.
Eramos unas diez chicas, todas muy jóvenes provenientes de diferentes provincias y de otros países como Ecuador, Paraguay, Colombia, Perú y Uruguay. Todas muy diferentes, pero todas en búsqueda de nuestro sentido de la vida. Todas con el corazón pleno de un ideal que habíamos conocido y queríamos concretar en nuestras vidas. Se iniciaba una experiencia que luego se trasladaría a la ciudadela de O’Higgins (hoy Ciudadela Lía).
Y en la casita, como la llamamos hasta hoy, tuve el privilegio de vivir más de un año con Lumi, quien era la responsable de este manojo de jóvenes para nada fácil.
Era la primera en todo. Se levantaba antes que todas, allí estaba para despedirnos cuando marchábamos al trabajo. Cocinaba, se encargaba de los quehaceres domésticos. Como hubo que acondicionar la casa, era la primera en tomar el pincel y pintar lo que fuera necesario. Siempre dispuesta a amar a cada una. Escuchaba a cada una. Siempre atenta a servir a quien pasaba a su lado. En lo personal reconozco no haber sido una joven fácil. Y ella ahí, al lado mío. Siempre.
Recuerdo numerosas charlas personales con ella. Siempre terminaban siendo un inmenso regalo para mí! Porque Lumi además era una persona muy preparada intelectualmente y eso me encantaba, más allá de que nunca hizo alarde de ello. Por el contrario, luego de nuestras largas conversaciones, llegaba siempre al centro, a lo esencial, y me decía: «Dely Dios nos ama. Dios es Amor y nos invita a que nosotros vivamos su mandamiento nuevo». ¡Pobre Lumi! ¡Ahora pienso cuánto la abrumaba con mis múltiples preguntas existenciales! Siempre me escuchó a fondo. Nunca sentí que la cansaba. Siempre ahí, hermosamente serena, radiante, dispuesta incondicionalmente a darse a cada una sin límites y respetando y amando a cada una en su diversidad. Siempre con una alegría que irradiaba a todas. El nombre dado por Chiara es el mejor reflejo de Lumi. Ella me iluminó, me serenó en momentos difíciles; ella me acompañó en la profundización del mensaje evangélico. Cada día la recuerdo así, junto a mí y a cada una.
Y hoy Lumi sigue al lado mío. Le pido que me ilumine cuando la confusión o la desesperanza me toman. Siento que ella me serena. Ella me ILUMINA. ¡Gracias querida Lumi ! ¡Gracias por siempre!
Delia María Clariá, Córdoba (Argentina)